La frontera final

 No comprendo cómo ha pasado tanto tiempo hasta que por fin me haya decidido a escribir una novela de ciencia ficción. No tiene sentido. Mi género favorito por excelencia es este en el que viajamos con la imaginación a otros mundos, al futuro, a las estrellas... Me pasé toda mi adolescencia admirando a Isaac Asimov y a esa extraordinaria facilidad que tenía para transportarme a un mundos futuros. El maestro Asimov fue quien antes de que cumpliera los dieciocho, me dejó claro que yo quería escribir como él, con esa fluidez y naturalidad.

Hace nada leí su último libro de memorias y, para qué negarlo, me emocioné como hacía tiempo no lo hacía.
Y es raro, como decía más arriba, que haya tardado tanto en escribir una aventura de ciencia ficción, y en cambio no haya tenido reparos en escribir sobre bárbaros, superhéroes, héroes de universos steampunk o aventuras de acción policial, artes marciales y casos paranormales. Quizá se trataba de respeto.
Quizá temía fallar en un género que admiraba tanto.
O quizá es que tenía que llegar esta colección en este momento. Muy probablemente era eso: debía llegar mi frontera final particular.


Asimov tenía un don especial. Era capaz de explicar lo más complejo de forma amena y comprensible. Si buscamos en una enciclopedia la palabra  «locuaz», debería aparecer al lado la fotografía de Asimov. Pero no es el único a quien admiro en la ciencia ficción, pero tranquilo que la cosa no va de soltarte ahora un listado de autores preferidos de la ciencia-ficción.
A lo que me refiero es que imagino una novela de ciencia ficción como algo similar en su narración a Asimov, y en cuanto a contenido (aquí igual sorprendo a alguien) la cosa va más en otra dirección.
Sea como sea, ojalá mi novela llegue a gustar a los lectores que se adentren en esa aventura siquiera un 15% de lo que yo sentía con aquellas historias de Robots y Fundaciones.
Y sí, otra vez estoy divagando.
Me centro, que ahora quizá viene la parte que esperabas.

La novela en cuestión se titula  «Huida en el cinturón de asteroides», y forma parte de la tercera entrega de la colección  «Bolsilibros Yeray», tal como ya anuncié hace poco en la sección de noticias. El caso es que el director de la colección, Carlos Díaz Maroto, me pidió hace unas semanas que escribiera un breve texto para incluir en la introducción de la entrega.
Y, claro, quienes me conocen ya saben que lo mío no es la brevedad, y menos cuando me encuentro disertando a gusto de lo que cosas de las que me apetece hablar.
Total, que en lugar de entre cuatro u ocho líneas, recibió cuarenta y tantas que, como es lógico, no aparecerán en esa introducción. Con toda la gentileza y delicadez posible, Carlos me pidió un nuevo texto más escueto. Cumplí con mi encargo y el resultado aparecerá en ese libro cuya portada y fecha de lanzamiento desconozco, pero sí anticipo que será dentro de muy poco.
Ahora bien, el texto desechado por extensión aquí sí tiene su cabida y puede ayudar a dar una buena pincelada sobre el contenido de  «Huida en el cinturón de asteroides».
Hagamos la prueba y a ver qué os parece.




El reto de empezar una novela de ciencia ficción resulta más complicado de lo que parece. Y no lo digo en primera persona, pues tras leer las últimas memorias de Isaac Asimov he comprobado que no soy ningún bicho raro, o mejor dicho, que como mínimo ya somos dos bichos raros. Y dudo que no haya más, por supuesto. Pero acabo de empezar y ya estoy divagando, así que intentaré centrarme.
Antes de poder empezar a escribir la aventura de ciencia ficción asentada en algún momento de los siglos venideros, hay que crear un futuro creíble. Y cuando tienes todo bien montado, entonces empiezas a escribir la aventura de turno que quieres contar a los lectores. Es un buen trabajo de fondo, pero necesario, pues el lector tiene un sexto sentido capaz de diferenciar una fantasía futura bien o mal construida. Y como le falles en eso, cerrará el libro y te condenará al rincón de los libros ignorados.

Mis referentes en la ciencia ficción no son nada originales: Star Trek, Alien, Blade Runner y, por supuesto, Firefly. También disfruté muchísimo con todas y cada una de las novelas de Asimov, pero si hablamos de lo que me gustaría escribir, hay que centrarse en esos ejemplos para entenderme y dejar de lado robots y fundaciones.
En todos y cada uno de esos ejemplos, hay un trasfondo, un tablero de juego, una historia futura. Y lo que no iba a hacer es emplear el primer capítulo para soltar un tostón sobre la nueva situación política y social de ese mundo futuro. Eso sería un suicidio cara al lector equivalente a ver un documental de la sábana africana a la hora del café dominical.
En contrapartida y como ya dije antes, ese futuro tenía que estar muy bien definido. Se iba a convertir en "mí" futuro para desarrollar en él aventuras que fuesen todo lo divertidas y trepidantes que pudiera, con toques de humor y acción, y una trama que tuviera lo que yo llamo "sustancia". Así que escribí y diagramé para mí ese tostón que el amigo lector se va a ahorrar, una historia futura muy desarrollada que sí existe y que necesitaba para que una vez comenzara a narrar la aventura, esta transitara sobre cimientos sólidos.
Daré dos pinceladas, pero que no cunda el pánico: frenaré antes de que nadie bostece.
En ese tiempo futuro, Marte y el cinturón de asteroides están habitados por el hombre, y a su vez existen las llamadas Naciones Orbitales que orbitan (de ahí su nombre, claro) cerca del cinturón de asteroides y en cuyo interior habita gran parte de la humanidad. Porque cuando digo que las Naciones Orbitales son inmensas, me refiero a eso: MUY grandes.
En ese futuro, la Tierra está hecha un asco y las lunas de Júpiter aún no están colonizadas, pues es la gran asignatura pendiente de la humanidad. Y por si no lo habías deducido, no existe una sola nación, sino que somos tan idiotas que seguimos divididos en varias naciones. Y así nos va.
Respecto a los protagonistas, los fui creando uno a uno y recurrí a una imaginaria entrevista con cada uno de ellos para que me explicaran quiénes eran y cómo llegaron a meterse en semejante lío. John Barton, por ejemplo, es minero y, aparte, gana un extra compitiendo en el ring en un antro llamado "Fist of Rock". Si alguna vez queréis visitarlo, está en el asteroide Palas. Tenéis que coger el metro subterráneo y os bajáis en el Hole-8. O por lo menos así era la vida de John hasta que sucedió lo que vais a leer en las páginas de esta novela.

John no estará solo en esta aventura, pero prefiero no desvelar quién más le hará compañía ni cómo sucederá el encuentro, pues eso forma precisamente parte del espectáculo. Eso os lo dejo a vosotros, pues creo que mi intervención a lo Rod Sterling debe acabar aquí.
Así que siguiendo el hilo de lo que reza el título, bienvenidos al cinturón de asteroides y abrochaos los cinturones, pues en cualquier momento vais a tener que salir volando.

Xavier Marturet
Calella, 9 de diciembre 2023




Inflexiones

Me levanto temprano. O, más bien dicho, me levanta mi gato, como prácticamente todos los días, pues no recuerdo ninguna mañana en que no haya sido así. El minino lo hace con su toque suave de una única uña afilada en mi antebrazo. Lo hace siempre con la esperanza de que abra los ojos y le haga caso. Lo hace con una suavidad tal que rasca, pero no marca ni duele. Lo tiene bien medido el muy pícaro. «Mishu» no entiende que tengo una semana de vacaciones. No comprende que no hay necesidad de levantarse antes que el sol. Pero el muy ladino me convence. La misma bola de pelo blanco que se quedó dormida, enroscada a mi lado en la cama, acomodándose como un ninja con la esperanza de que le permitiera dormir allí, la misma mata de pelo blanco que ronroneaba pasada la medianoche, consigue que me alce, dispuesto a afrontar una nueva batalla. Una que hoy será mental. Lo que llamo una jornada «Javi versus Xavi».

Mi intención es invertir el día en finalizar la novela corta para el especial Halloween de Kumite. Su redacción va más o menos por la mitad. Quedará algo larga para lo previsto, pues cuando me emociono con los personajes, surgen escenas de tal modo que si fuera una película, daría para dos o tres versiones extendidas de esas. Pero esa es la magia de la escritura: compartir una aventura con tus personajes, sin más preocupación que «conversar» con ellos. Pero dejemos el tema «novelas» de lado por ahora.


Me conozco.
Algo no funciona, y el café ya ha entrado en el organismo.
Mi mente empieza a centrifugar montones de cosas que puedo hacer en combinación con la redacción de la novela.
¿La colada? Hay poca, pero algo hay.
¿Cocinar? No, eso no, hice para un ejército.
¿Y si escribo la reseña de los nuevos Fantastic Four de Peter David?
Entonces sé que tras una reseña, haría otra, luego querría leer «Gotham City Year One» #1, y la serie «Clear»...
Así que pulso el botón «pausa» de mi cabeza.
O pongo en orden la cabeza, o tendré lista de un aluvión de cosas que deseo hacer, y terminaré por no hacerlas, hacerlas a disgusto o dejarlas a medias.

«Para. Respira. Camina hasta el mar y salúdalo de mi parte»

«Mishu» detecta esa mirada mientras recojo la taza de café y empiezo a colocar bártulos para escribir, tanto en teclado como libretas de notas, estilográficas y demás parafernalia que, aunque técnicamente es innecesaria, me ayudan a crear ese ambiente que tanto me gusta.

Pero más allá de novelas y reseñas, y lecturas, y maravillas del mundo literario y fantástico en internet, está el estado de ánimo. Y en ocasiones mi gato me mira fijamente y me hace ver que yo soy una de esas personas que tengo derecho a tener «mi momento de paz».
«¡Olvídate de poner esa lista de tareas en orden!» me dice telepáticamente. Suena bastante indignado por verme así.
Miro en mi interior y me digo que ese cultivar el momento de paz esta vez no lo dedicaré al prójimo, como hago en casi todas las ocasiones. Es como un instinto inevitable, que me empuja a perdonar injusticias y ofrecer sonrisas, que consigue enterrar cuanto odio puedan cultivar en mí y hacerlo florecer con millones de maravillas positivas.
Hacer el bien.
Claro, que no estaría de más que en alguna ocasión ese mismo esfuerzo lo invirtiera en mí.



«Para. Respira. Camina hasta el mar y salúdalo de mi parte» parece decirme con sus dos enormes ojos.

Suena como quien ha salido de los infiernos.
Pero, ¿quién no ha vivido un infierno alguna vez?

Siento que me ve ensombrecido.
Siento que le fastidia mucho verme así y comprobar que no sé darme cuenta.
En este mismo momento no estoy listo para escribir. Tengo heridas de esas que no sangran. Pero tengo al mejor médico de campaña. Así pues, solo tengo que hacer caso a mi colega y, como en cientos de ocasiones en el pasado, todo volverá esta misma mañana a su equilibrio y las sombras desaparecerán cada una en su respectivo pozo de negrura.

Suena como quien ha salido de los infiernos. Pero, ¿quién no ha vivido un infierno alguna vez?

Así que, siguiendo los consejos del ronroneante señor «Mishu», iré un rato a pisar la arena, a alejar todas esas sombras que nos rodean a todos a diario, y luego volveré frente a mis dos teclados —el de escribir y el de tocar música— para sumergirme en otras playas, hermanas de esta, pero que flotan en otros mundos imaginarios.
Mientras tanto, Mishu gira la cabeza un instante para comprobar que estoy haciendo caso.
Luego, con un grácil salto, se coloca en su butaca preferida y decide hacer la primera siesta del día mientras yo salgo por la puerta.


Xavier Marturet
Calella, 11 de octubre 2022